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Crónicas de un solitario. El cumpleaños. – Parte 2

13 Nov

La historia de Mickey es una mierda. Se trata de un contingente de quinceañeros que viajan a Orlando. Uno de ellos, Martín, se lleva puesto al muñeco infame que cae de culo con su cara sonriente. Todos ríen a carcajadas, menos Martín, que intenta entender lo que está pasando cuando dos guardias lo llevan de los brazos a un cuarto sin ventanas para interrogarlo. Tres fluorescentes iluminan a los guardias, al acusado y a la mesa que los separa. Martín se mea encima, de puro miedo. Fin del cuento. La anécdota es una garcha, pero funciona.

No conviene llegar puntual. Un día con mucha suerte, sólo ayudás al anfitrión a poner un mantel, doblar servilletas y hablar hasta que empiezan a caer los que faltan. Un día malo, te toca conversar con su mamá, salir a comprar algo a último momento o abrir la puerta y sonreír (siempre sonreír) a cada uno que entra, explicando dónde dejar la cartera y soltar un “¿cómo estás?”, escuchar el condescendiente “bien” o el insoportable “en la lucha”. Pero llegar a tiempo significa levantar una vez el brazo para saludar a todos y acomodarnos en el rincón más lejano, donde haya bebida.

Treinta y cinco treinta de la calle Arenales. Ya pasaron las diez. Caigo una hora tarde, porque soy de los que llegan a tiempo. No alcanzo a tocQue los cumplas felizar el timbre. La voz chillona de Josefina cuenta la historia del forro de Mickey. Seguro que hay “alguno que otro» que se incorpora a “la banda de siempre” Algún invitado todavía desconocido. Esa historia y los detalles que les agregan cada vez que la cuentan sirve para romper el hielo con los nuevos. Espero que sea mujer y que esté buena. Mejor prendo un cigarro y espero que la historia de Disney termine.

Me gusta el habano, pero resulta presuntuoso. Cuando alguien lo fuma en público es porque tiene mucho estilo o porque piensa que automáticamente se convierte en Capone o en magnate. El habano tiene esa ambigüedad de ser exquisito y atraer pelotudos. Los cigarros holandeses, conservan bastante el sabor del tabaco y nadie te mira como un paria.

Abro la caja. Tres. No sé cómo voy a aguantar la noche con tres cigarros, pero no pienso ir a comprar ni entrar hasta que la historia de Disney no termine. Prendo tranquilo, espero en el árbol hasta la carcajada final y después entro. Pero algo sale mal, porque la moto del delivery llega antes de que termine el cigarro, toca timbre y la dueña de casa sale a recibirlo. Me ve (es imposible no ver a un tipo fumando en el árbol de tu vereda), me invita a pasar y la saludo sonriente, disfrazando el fastidio de la interrupción.

Me siento en el rincón alejado, sin interrumpir la historia, lo que me permite no saludar y observar a los nuevos.

En la mesa hay dos personas que no conozco. Él tiene la típica cara de boludo que suelo encontrar en nerds, empleados públicos o ingenieros químicos. Con la camisa a cuadros de mangas cortas, tratando de ponerle a su vida un estilo y una onda que no tiene. La ropa no trae el espíritu que se necesita para usarla. Estaría mejor con una chomba y un pantalón de gabardina. Pero no es asunto mío.

La otra desconocida es bonita y le estudio la cara: entre treinta y treinta y dos años, castaña clara y busca novio a gritos. Tiene tendencia a la obesidad, pero se mantiene muy bien a base de dieta. No mucha actividad física. Caminata, pilates o gimnasio tres veces por semana, para cuidar la salud y nada más. No está a gusto con su cuerpo. No creo que pueda encontrar más datos en las facciones, por ahora.

Tiene un vestido playero que resalta las tetas y oculta el resto del cuepo, hasta las rodillas. Las flores del estampado me resultan agradables. Son las chatitas verde agua las que me producen escosor, con el recurso básico del moño como adorno en la parte superior del empeine, que no alcanza a cubrir todos los dedos. Todavía no entiendo como no le ponen una patada en el culo, por mersas, a los diseñadores de calzados.

Es limpia. Impecable. Tiene aros de perla, colgante de oro con la letra “V”, el pelo lacio, sin planchar. Podría ser maestra jardinera, atender un negocio familiar o fabricar velas artesanales. La pienso agradable al trato, pero de la media, de ese promedio de personas que cualquier conversación me resultaría insoportable y tendría que mentir todo el tiempo o callar para no ofenderla. Vive con los padres o es madre soltera, de malogradas experiencias amorosas. Me sonríe cuando me siento en la única silla disponible, a su lado y pegada a un helecho.

No me gusta mentir, pero menos me gusta ofender. Ninguna de las dos posiblidades me hace sentir bien. Elijo no hablarle. Si puedo evitarlo, así será.

De golpe todos se ríen. La historia de Mickey terminó y llegan las presentaciones. El nerd se llama Cristian. Menciona que se dedica a la administración de servidores Linux y seguridad informática. Dilema resuelto. Ella, Vanina y toma Sprite. Le sirvo en su vaso, lo que agradece, pero me detiene. Toma Sprite Zero. Empiezo la noche con una porción de especial tibia y un vaso de Sprite ganado en mi intento de ser un caballero. No tendría que haber venido.

Los comensales no la ponen fácil y comienza la conversación sobre reencarnación y astrología, y en un viraje, terminamos hablando de hombres y mujeres. Leen un libro de Pilar Sordo y son psicólogos. Leen un libro de Coelho y son metafísicos. Leen a Barylko, y son filósofos. No lo soporto. Me encuentro diciendo:

-Y vos, Vanina, ¿a qué te dedicás?

-Soy médica pediatra

-Mirá No te hacía médica

-¿Qué pensabas? -qué pregunta de mierda, Vanina. No importa lo que te responda. La próxima pregunta será: ¿por qué pensaste eso?

-Maestra jardinera.

-¿Maestra jardinera? ¿De dónde sacaste eso?

¿Viste? ¿Viste?

-La cara, no sé. Pero estuve cerca. Los chicos te gustan.

-Si, la verdad que sí. Para mí son como pequeños maestros. Todos los días aprendo algo de ellos. ¿Te gustan los chicos?

Ay, ay, ay. La concha de mi madre. ¡La concha de mi madre! Mirá la pregunta de esta boluda. Si digo la verdad, me tengo que acoplar a las conversaciones de «la banda». Si miento, es la única posibilidad de tener una conversación diferente en la noche. No sé qué hacer.

Pero no hace falta hacer nada. Josefina pega un grito con la voz de piccolo que tiene, con una carcajada fuerte y todos nos volvemos para que ella siga siendo el histórico centro de atención de las reuniones. Nos cuenta que, otra vez, conoció al hombre de su vida y comienza el relato. Para contar que fue al kiosco, le mete casi diez minutos. Con esta historia, nos duerme o la puteo. «Esto pasa cuando sociabilizás», me repito como mantra. «Esto te pasa por pelotudo» me repito como castigo. Venir a la fiesta de tu amigo para escuchar la historia amorosa que no te importa. ¿Nadie me puede mandar un memo, mañana? Lleva cinco minutos sin parar. Parece que soy el único aburrido. Cuenta la cena en la que se conocieron, pero todavía no llegó a la parte en que se ven. A este ritmo, nos va a contar que le tocó una teta cuando amanezca, pero seguro que esa parte la esconde. Esto es una mierda. Ya decidí. Estoy dispuesto a todo con tal de no escucharla a Josefina.

-Me voy a comprar cigarros.

Josefina me odia.

-Traé hielo

-Yo voy con vos.

Todos se sorprenden. Incluso yo. La voz que habla es de Vanina y avisa que no lleva la cartera.

 
2 comentarios

Publicado por en 13 noviembre, 2014 en Crónicas de un solitario

 

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2 Respuestas a “Crónicas de un solitario. El cumpleaños. – Parte 2

  1. Alejandro

    29 noviembre, 2014 at 12:00

    A ver como puede seguir la parte 3 del solitario buscador de hielo. Podría seguir asi: «Con 40º C aún de noche logran alcanzar una estación de servicio, pero un playero con cara de porreado les avisa que ya no queda hielo. Putean todos. Ya se está haciendo costumbre eso de que no hay hielo en ningún lado cuando a las 2 de la mañana se empieza a chorrear el fernet y a calentar la cerveza. Igual la cerveza no lleva hielo, pero los acalorados ya no le hacen asco a nada.»….

    (este comentario vale como un deseo humilde de que la historia siga jeje. Muy buena esta bitácora. De paso me tomé la molestia de soñar que yo también puedo escribir algo, aunque sea deprimente. Probablemente me dedique al drama)
    Saludos

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    • leorivero

      2 diciembre, 2014 at 01:56

      Gracias por pasear en la bitácora. Seguirán apareciendo crónicas a los largo de los días.

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